domingo, 24 de mayo de 2009

El final de una vida

Capítulo I

Cuando el final de tu vida se acerca tiendes a recordar los sucesos cruciales que la hicieron memorable. Ahora que siento que mi hora está proxima a llegar, con una mezcla extraña pero deliciosa de tristeza y alegría; miedo y calma; temor y muchos otros sentimientos recuerdo una serie de aventuras y desventuras que han hecho de éstos, mis últimos días, tan especiales que bien pude haber prescindido del resto de mi vida y aún así me iría con éste sentimiento de que mi vida está completa.

Comenzaré esta historia narrando cómo mi vida terminó y volvió a empezar. Todo sucedió hace tres meses.

La noche acariciaba delicadamente con su oscuridad el bosque de Collingwood, una hermosa luna llena coronaba la negrura azulosa del cielo plagado de estrellas que refulgían como diamantes. Ni una sola nube eclipsaba ese cielo que bien pudo haber sido inspiración para una noche de romance, pero esa noche el romance era el invitado menos esperado. Yo caminaba solitario ciñendo mis ropas al cuerpo, estaba helando y el frío calaba en mis heridas, mis piernas temblaban, no sé decir si era por los golpes recibidos, por el coraje que sentía en ese momento, por el cansancio producido al haber corrido tan largo trecho o si se debían a la temperatura.

Apenas podía dar paso, incluso el respirar implicaba un gran esfuerzo y producía gran dolor, lo único que tenía conmigo era una navaja, la barra de hierro que había salvado mi vida, un encendedor y una cajetilla casi vacía de Lucky Strike. Dejé caer la barra de hierro, introduje mi mano derecha en el bolsillo del pantalón y saqué la cajetilla maltrecha.

—¡Vaya “Golpe de Suerte”!—dije mirando la marca de los cigarros—Veo que tú también fuiste maltratada; bueno pequeña amiga, consolémonos un poco.

Siempre había tenido esa extraña costumbre de hablarle a mis cigarros como si de una mujer se tratara. Saqué el penúltimo cigarro que quedaba y lo encendí, sentía como si el alma me regresara al cuerpo. Poco a poco me sentía mucho más tranquilo, como si el peligro hubiera quedado kilómetros atrás. Sólo esperaba que los bastardos tardaran un buen rato en despertar y no pudieran seguir mi rastro. Parecía que el humo me acariciaba por dentro quitándome todo rastro de dolor, quería buscar un lugar donde esconderme hasta el amanecer, buscar el poblado más cercano, saber dónde me encontraba y volver a casa.

Colina arriba pasaba la carretera, pensé que si lograba cruzarla, del otro lado encontraría un buen refugio. Terminé de fumar, apagué el cigarro tirándolo al suelo y pisándolo; el humo podría atraerlos hacia mi. Tan rápido como mis piernas me lo permitieron corrí hacia la carretera, debía cruzarla rápido si no quería correr riesgos. Cuando llegué al límite de la porción de bosque en la que me encontraba me tropecé con una rama y caí inevitablemente al suelo.
El dolor rápidamente se apoderó de mi, me vi tentado a quedarme tirado ahí, a un lado de la carretera a esperar el día siguiente. No tenía fuerzas para ponerme de pie, con esfuerzo me di la vuelta y admiré el esplendor del cielo, si esa iba a ser mi última noche sobre la Tierra, al menos estaba contento porque la naturaleza me daba tan sublime regalo de despedida.

Mis ojos empezaban a cerrarse, sólo hasta ahí podía llegar, pasara lo que pasara estaba dispuesto a dejar que pasara, o al menos eso fue lo que pasaba por mi mente.

Súbitamente la quietud que había en la atmósfera se vio violentada por el motor de un auto deportivo, había escuchado ese sonido antes, con seguridad era el motor del Porsche donde venían mis “amigos” a los que había dejado hace un rato, vi los faros perfectamente redondos y como si de un monstruo se tratara, vi bajar del auto una figura masculina, de aspecto atlético.

—Es mi fin— pensé

Aun ignoro de dónde me vino fuerza para ponerme de pie, pero lo hice, intenté correr en dirección contraria, quise correr para volverme a esconder en el bosque, pero así como vino la fuerza se fue y caí de nuevo.

—¡Alto!—escuché detrás de mi
—¡Ahí está! rápido, tráelo— dijo una voz de mujer.

Estando en el suelo, las voces parecían distantes, mi vista se nublaba, una lágrima quiso escapar, pero ya no tuvo tiempo, mis ojos se cerraron y perdí el conocimiento.